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Santiago de Compostela

La historia del Samaín en Santiago de Compostela: del olvido al resurgimiento con influencia americana

La capital gallega redescubre cada otoño una festividad ancestral con raíces celtas y alma de calabaza que hoy convive con el Halloween globalizado

Calabazas talladas, siguiendo la tradición gallega del Samaín que siglos atrás servía para espantar a los malos espíritus durante la noche de Difuntos. Imagen de archivo
Calabazas talladas, siguiendo la tradición gallega del Samaín que siglos atrás servía para espantar a los malos espíritus durante la noche de Difuntos. Imagen de archivo
Europa Press

Las calles de Compostela tienen algo de encantamiento cuando el calendario se acerca al final de octubre. La piedra húmeda, la niebla persistente y el rumor de los pasos bajo los soportales parecen anunciar que no es una noche cualquiera. En la frontera entre dos mundos —el de los vivos y el de los muertos— resurge cada año una celebración que parecía condenada al silencio: el Samaín, la fiesta de origen celta que el tiempo casi sepultó, y que hoy late con fuerza renovada en el corazón de Santiago.

Mucho antes de que la ciudad fuera meta de peregrinos y sede de arzobispos, Galicia celebraba el Samaín como el fin del verano y el inicio de la oscuridad. Aquella noche no era una más: era, para los pueblos celtas, el cambio de ciclo, el momento en que los espíritus regresaban brevemente al mundo que habían dejado atrás. En los bosques gallegos —y quizás también entre los montes que rodean la actual Compostela— se encendían hogueras, se ofrecían ofrendas, se contaban historias al calor del fuego.

La cristianización convirtió el Samaín en Día de Todos los Santos y Noche de Difuntos, pero la memoria popular guardó retazos de la vieja fiesta. En las aldeas gallegas, y también en los barrios compostelanos más humildes, los niños vaciaban calabazas y les daban forma de calaveras, las iluminaban con velas y las colocaban en caminos y puertas, entre la risa y el escalofrío. Aquel juego inocente era también un conjuro de luz contra la muerte, una forma de reconocer la frontera entre lo visible y lo invisible.

Representación pictórica de la Santa Compaña
Representación pictórica de la Santa Compaña
Redacción

Las brasas bajo la ceniza

Durante gran parte del siglo XX, el Samaín desapareció del mapa festivo de Santiago. Sobrevivió como gesto privado: una vela en la ventana, la mesa puesta por si el alma de un ser querido regresaba, una historia contada en voz baja. La ciudad, como muchas otras, miró hacia adelante, hacia la modernidad, y dejó atrás los fantasmas de su infancia cultural. Halloween llegó en forma de película americana y disfraz fluorescente, y con él, la sospecha de que algo se nos estaba escapando entre los dedos.

Fue entonces cuando algunos ojos atentos, como los del maestro Rafael López Loureiro, descubrieron que el Halloween que venía de fuera se parecía demasiado a la Galicia que habíamos olvidado. En los años 90, la palabra “Samaín” volvió a escucharse en las escuelas, en los pasacalles, en los talleres de calabazas. El pasado comenzaba a caminar entre nosotros con paso tímido pero firme.

El profesor Rafael Loureiro, uno de los mayores investigadores del Samaín gallego
El profesor Rafael Loureiro, uno de los mayores investigadores del Samaín gallego
Edicións Embora

Compostela recupera su noche de ánimas

Santiago de Compostela abrazó esta recuperación con la mezcla exacta de mística y entusiasmo. La ciudad, acostumbrada a convivir con lo simbólico y lo sagrado, se convirtió en el escenario perfecto para la resurrección del Samaín. Las plazas del casco histórico se llenaron de linternas vegetales, las escuelas organizaron concursos de calabazas talladas, los vecinos se disfrazaron de meigas, esqueletos y caminantes sin rostro.

Cada 31 de octubre, Compostela se transforma en un cuento oscuro pero festivo, donde los muertos pasean sin hacer ruido y los vivos los reciben con respeto y humor. El Samaín se mezcla con el Halloween, pero no se disuelve en él. Hay disfraces comprados por internet, sí, pero también hay queimadas comunitarias, magostos con castañas asadas, cuentacuentos con leyendas gallegas y, sobre todo, una voluntad común de recordar que aquí también existía una forma de celebrar la noche de los muertos.

'Hallomaín'

No faltan voces que alertan del riesgo de convertir el Samaín en un 'Hallomaín', una fiesta globalizada con nombre gallego. Pero lo cierto es que la ciudad ha encontrado su propio equilibrio. El Samaín compostelano es al mismo tiempo tradición y modernidad: una cita con la infancia rural que muchos creyeron perdida, y una excusa para disfrazarse sin complejos.

En la ciudad donde confluyen caminos y creencias, la noche de Samaín se ha convertido en un ritual colectivo. No es solo un evento cultural, ni una estrategia turística. Es, sobre todo, una forma de mantener encendida la luz en medio de la oscuridad, de tender un puente entre lo que fuimos y lo que queremos seguir siendo.

Y así, mientras las sombras se alargan y las velas titilan tras los cristales, Santiago de Compostela se prepara, un año más, para acoger a sus antiguos fantasmas. No como amenaza, sino como recuerdo y homenaje.