Así pasó Santiago de ser una pequeña villa a un gran destino global
De 25.000 a casi 100.000 habitantes: el Camino, la Universidad y el turismo marcaron la metamorfosis de Compostela

A comienzos del siglo pasado, Santiago de Compostela era una villa mucho más reducida y sosegada. Apenas superaba los 25.000 habitantes, concentrados en torno al casco histórico y a algunos arrabales incipientes. El pulso cotidiano lo marcaban las campanas de la Catedral: entre sus toques se organizaba una vida en la que la tradición pesaba más que la modernidad.

La ciudad terminaba pronto. Más allá de la plaza del Obradoiro, la Inmaculada o el Toural, los caminos de piedra daban paso enseguida a huertas y aldeas. Municipios hoy plenamente integrados, como Conxo, eran entonces espacios independientes. Compostela era, literalmente, un núcleo reducido, de calles empedradas y casas bajas, donde el contacto entre vecinos era constante y la sensación de comunidad, intensa.

La vida económica tenía un carácter eminentemente tradicional. Existían pequeños talleres y factorías artesanales –curtidos, chocolates o gaseosas–, pero no podía hablarse de una urbe industrial. La agricultura en las parroquias, el comercio de proximidad y el cuidado de los peregrinos que llegaban por el Camino eran los pilares de su sustento. Los carros de bueyes seguían entrando cada mañana con productos del campo para abastecer mercados como el de la Plaza de Abastos, escenario cotidiano de trueques y conversaciones.
En un tiempo en el que Galicia veía cómo miles de personas partían hacia América en busca de oportunidades, Santiago también se despedía de muchos de sus hijos. Las cartas transoceánicas, llenas de nostalgia y noticias lejanas, eran parte habitual de la vida familiar.
La cultura y la identidad gallega, sin embargo, comenzaban a ganar un espacio propio. En las primeras décadas del siglo XX, Compostela fue cuna de movimientos intelectuales que reivindicaban la lengua y las tradiciones de Galicia. El homenaje a Rosalía de Castro en la Alameda, con la inauguración de su monumento, simbolizaba ese despertar colectivo: una ciudad pequeña, pero consciente de la fuerza de su cultura.

La Compostela del siglo XXI: moderna y global
Un siglo después, la imagen de Santiago ha cambiado de forma radical. La ciudad cuenta hoy con casi 100.000 habitantes, cuadruplicando la población de entonces, y se extiende sobre 220 km² tras sucesivas incorporaciones de antiguos municipios y parroquias rurales. Barrios enteros, como el Ensanche, Fontiñas o Santa Marta, son fruto de ese crecimiento, transformando lo que fueron huertas en calles anchas y bloques residenciales.
El desarrollo no fue solo físico. Santiago se consolidó como capital institucional de Galicia, con la Xunta y el Parlamento como ejes políticos. También se convirtió en un referente sanitario, universitario y administrativo. La Universidade de Santiago de Compostela, una de las más antiguas de Europa, sigue siendo motor indiscutible de la vida local: cada año reúne a más de 25.000 estudiantes que dan a la ciudad un aire joven, dinámico y cosmopolita.

Uno de los cambios más profundos lo ha traído el auge del turismo y de las peregrinaciones. La declaración del casco histórico como Patrimonio de la Humanidad en 1985 y el renacer del Camino de Santiago han situado a la ciudad en el mapa mundial. De los escasos peregrinos de antaño se ha pasado a centenares de miles cada año, una avalancha que ha transformado la economía local, ahora orientada a los servicios, la hostelería y la cultura.

El presente ofrece además una Compostela conectada. La ciudad cuenta con un aeropuerto internacional, con trenes de alta velocidad que la enlazan en minutos con A Coruña y en pocas horas con Madrid, y con una red de infraestructuras urbanas que sustituye a aquellos viejos caminos de carro. Sin embargo, y pese a la expansión, Santiago mantiene una convivencia armoniosa entre modernidad y herencia histórica: el casco antiguo conserva sus piedras, sus plazas y su atmósfera intacta, mientras que en la periferia surgen espacios contemporáneos como la Cidade da Cultura.

Entre continuidad y transformación
Comparar la Compostela de principios del siglo XX con la actual es observar cómo una ciudad puede cambiar de escala, de funciones y de proyección sin perder su identidad. Las diferencias son evidentes: de un pequeño núcleo provinciano a una capital con vocación internacional; de los carros de bueyes a los autobuses híbridos; de un Camino discreto a una peregrinación masiva que habla todos los idiomas.

Pero también hay continuidades. La Catedral sigue dominando el horizonte, las campanas marcan las horas y la hospitalidad compostelana permanece intacta. El monumento a Rosalía en la Alameda sigue siendo lugar de memoria y flores, como lo fue hace más de cien años. El espíritu universitario, que ya entonces latía, sigue alimentando la vida cultural y social de la ciudad.

Santiago, en definitiva, ha pasado de villa apacible a ciudad global sin dejar de ser ella misma. Quien la recorre hoy puede escuchar aún el eco de aquel pueblo de principios de siglo, mientras descubre una urbe moderna, abierta al mundo y orgullosa de su historia.
